La etimología de banal nos lleva a la lengua francesa. El término se utiliza como adjetivo para calificar a aquello que carece de sustancia, es superficial o resulta insignificante.
La idea de banal también se usa por oposición a lo que tiene profundidad; es decir, a lo que exige un cierto esfuerzo mental para comprender su significado o para interpretarlo. Un crítico literario, en este marco, puede comentar que un libro gira en torno a un “tema banal”, aludiendo a la poca sustancia de la temática que trata.
El concepto de “banalidad del mal”, por otra parte, fue desarrollado por la filósofa Hannah Arendt tras el juicio que se llevó a cabo en Israel contra el jerarca nazi Adolf Eichmann. Para Arendt, Eichmann fue una persona que no analizó si sus acciones eran “malas” o “buenas”: tampoco le importaron sus consecuencias. Se limitó a cumplir con eficiencia las órdenes que le dictaban sus superiores, con el objetivo de ascender profesionalmente. La “banalidad del mal” puede aparecer, de acuerdo a la filósofa, cuando un individuo se limita a cumplir con su rol en un sistema sin pensar en los efectos de los actos.
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